Este es el último año de toda mi vida en que estaré en los veintitantos, y yo creía (y me ufanaba) de que ese hecho me era indiferente, pero resulta que no, conforme avanza este año me doy cuenta de que sí me afecta, que sí me impacta y que sobre todo, me tiene pensando mucho.
Los términos “afecta” e “impacta” no los uso a la ligera, esto me está tocando fibras muy sensibles y no sé si forzosamente malas, es bidireccional la cuestión. Me está dando nostalgia el ver que pasaron tan absurdamente rápido los últimos cinco años de mi vida. Me siento anonadada, se me escapó el tiempo. Espero no ser malentendida o espero no malexplicarme más bien, no me arrepiento de la mayoría de los hechos trascendentales que han definido mi vida tal y como la vivo ahora. Nótese el “la mayoría”…. porque sí, hay varias cosas de las que me arrepiento mucho, principalmente académicas y de otras de las que aún tengo mis dudas. De la mayoría (que ahora recuerdo), me siento satisfecha y hasta a veces orgullosa, pero eso no obsta para sentir esta angustia al ver la abrumadora e indefectible velocidad del tiempo y mi perplejidad ante él. Y eso me da mucha tristeza.
Sé que entre mis contemporáneos está de moda el sentirse completamente satisfecho e indefectiblemente realizado en este punto de la vida, o al menos en decir que lo están. Los garrafales errores del fin de la adolescencia y de la primera juventud, a esta altura parecen dignos de mofa ya que se está en un punto en el que (más o menos) se decidió estar, con (aparentemente) menos dudas e (idealmente) más certezas. Si bien es cierto en gran parte, en mi caso no opera completamente así. Me da tristeza y me preocupa el no darme cuenta del tiempo en el que estoy en el momento y lugar por estar siempre, invariablemente con la vista a otra posibilidad, a otro camino, a otra vía que puede o no ser en la que estoy. Me da miedo estarme perdiendo de mi vida en mi momento, y me da mucho miedo cumplir, en prácticamente nueve escasos meses, el final de otra década de vida y de seguirlo haciendo a esta velocidad.
Hace un tiempo fui a clases de meditación, y, aunque no continué por más de cuatro sesiones, recuerdo con frecuencia muchos de los "principios" que te enseñan ahí. Uno de ellos es el sentir el ahora. Siempre divagando, me evito la posibilidad de estar en el sitio, en el momento en que estoy. Soy yo la que me voy y la otra que se queda. Yo nunca me alcanzo a mí misma y de ahí mi preocupación.
Me emociona la otra parte, la del mar de posibilidades que se avecinan, pero en este momento me doy cuenta que necesito saborearla, hacérmela palatable pues.
A veces.
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A veces, cuando me duermo tarde como hoy, abrazo a mi esposa por la barriga
y mi bebé me patea la mano. Me siente. Sabe que yo estoy ahí, y yo sé que
él es...
Hace 4 años
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