Las culpas de Juárez

Día con día
Héctor Aguilar Camín


Con asombro leí las notas de la visita del Presidente y el secretario de Gobernación a Ciudad Juárez para recibir reclamos airados, incluso violentos, a causa de los muchachos recientemente asesinados en un barrio de la ciudad. Al segundo le gritaron asesino y le dieron un zape; al primero lo juzgaron responsable de las muertes.

El Presidente recibió reclamos justos por su imprudente y apresurada calificación del hecho como un pleito de pandilleros. Ambos funcionarios fueron justamente zarandeados por la inseguridad que la ciudad padece y por la falla de la estrategia federal desplegada en ella. Hubo además gritos y mantas, pero ninguna de ellas, ninguna, contra los asesinos.

He ahí otra forma de la impunidad para los asesinos: que la gente se vuelva a reclamar sus crímenes a la autoridad y no a ellos; que los matones no sean estigmatizados a la par que se reclama a las autoridades; que ni los medios, ni las víctimas, ni la sociedad adolorida voltee sus iras contra los asesinos, además de sus exigencias contra la autoridad.

Nos horrorizan las matanzas pero premiamos los corridos que cuentan las hazañas de quienes las ordenan. Es una ambigüedad no privativa de México. Una de las grandes épicas del siglo XX es la construida por el cine y los medios en torno a las hazañas sanguinarias de la mafia.

Cada pueblo tiene consagradas en su historia las hazañas de sus grandes guerras y guerreros, al punto de que, como recordó Freud en algún texto, la enseñanza de la historia universal es por su mayor parte la consagración de matanzas que deberían avergonzarnos más que enorgullecernos.

Teorías aparte, va siendo hora de tomar nota, en defensa propia, de que quienes amenazan nuestra seguridad son los asesinos, no las autoridades. Estas últimas faltan a su deber de garantizar la seguridad, y su falta es razón suficiente para increparlas, exigirles y echarlas del gobierno.

Pero gritar asesino al secretario de Gobernación y dar al Presidente trato de responsable de los muchachos asesinados, es simplemente equivocar la mira y, en el fondo, ayudar a los asesinos. Dejar de señalárseles como el verdadero mal a erradicar destruye moralmente la única alianza que puede castigar ese crimen: la alianza de los ciudadanos con la autoridad y la fuerza pública.

Lo que sucede en Juárez y en nuestra cabeza es lo contrario: debilitamos, mellamos, cortamos la alianza de los ciudadanos con la fuerza pública enderezando contra ella los agravios, mientras olvidamos quebrar una lanza siquiera contra los criminales.

En defensa de nuestra propia seguridad los criminales deberían ser criminalizados, puestos fuera de toda consideración y de toda tolerancia por la sociedad y por los medios. Los criminales son nuestros enemigos. La autoridad es simplemente nuestra falla en la lucha contra nuestros enemigos.

1 comentarios:

  1. Solo que falta tomar en cuenta que en este país criminal y autoridad suelen ser la misma ente.

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