Cuando era chica y jugaba a que vivía sola, habían tres cosas que me emocionaban más que nada: llegar y aventar las llaves después de un arduo día de trabajo, hacerme un café en mi cafetera de juguete yyy por sobre todas las cosas revisar los mensajes de la contestadora.
Corría el año de 1987, y en pleno furor de los "productos de importación" mi papá compró una contestadora enorme, que más bien daría risa actualmente, pero que en su momento era el pináculo de la modernidad. Me encantaba llegar y derraparme para escuchar los mensajes (varios) que habían dejado en nuestra ausencia, así como cambiarle una y otra vez el mensaje de entrada. Me emocionaba llegar y ver el foquito parpadeando, avisando que no sólo alguien había llamado sino que se había tomado la molestia de dejar un recadillo. Obvio, rara vez eran para mí, pero eso no aminoraba mi emoción expectorante.
Por todo esto, cada que jugaba a que tenía mi departamento de soltera de onda (como me gustaba imaginarme) checaba mis mensajes ficticios tal y como en las pelis y para mí esa era LA imagen de la mejor versión de mí.
Recién me mudé, puse al lado de la puerta un tazón para las llaves para poder llegar y aventarlas después de "un arduo día de trabajo". Me regalaron una cafetera la cual uso casi diario, no tanto para disfutar el sabor sino el olor del café... sin embargo de la contestadora, nada.. ni sus luces. El primer teléfono que tuvimos tenía un (pésimo) servicio de buzón de voz, pero no era lo mismo. No había foquitos bonitos que apachurrar. Un día hace poco me entró la paranoia de que me estaba perdiendo de inumerables mensajes importantísimos y todo por no tener una máquina contestadora, así que, después de un año tres meses finalmente la compramos. Mi emoción no tenía límite.
Lo malo/bueno de todo esto es que, a diferencia de los ochenta, en los dosmilesdiecesmásunos, si se quiere, uno ya no es inaccesible, si lo quieren hallar, le llaman al celular, le mandan un mensaje de texto, abre un chat, envía un correo, se twitean, te llaman por skype.. en fin, un sinnumero de medios que hacen que la llamada a un teléfono fijo sea más que obsoleta, lo que ves es lo que hay, nada que esperar. De ahí que cada que llego emocionada a mi casa, después de aventar las llaves y prender la cafetera, me enfrente a la triste realidad de una contestadora sin un solo foquito parpadeante esperanzador. Digamos que no contaba con la astucia de los tiempos modernos.
"...."
- Pááááááááááásame a mi Mamá...
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