Ghirardelli's blues

Sería en la madrugada de alguna esporádica fría noche de agosto cuando lo podrían haber notado, sin embargo nada los haría sospechar. Empezaría de a poco, nadie lo percibiría, aunque los vidrios, y los charcos y los vasos y las lentes pero más, mucho más los espejos de los tranvías se empezaran a opacar. Ninguno de los pasajeros se daría cuenta, el metal se empezaría a corroer, luego las tuberías, las vías, los cables y los tensores se doblarían, poco, casi nada... un tono menos invariablemente.
Los barrotes de las elegantes casas de Tenderloin comenzarían a perder su marcial orden, las coladeras, y los paraguas, los bastones y las cigarreras, los instrumentos, los saxofones, los timbales, los pianos.... las cuerdas de los pianos, las trompetas, las escobetas y los parasoles, todo perdería sutilmente una curva, un bies, una capa, un tono de su materia primigenia.
El vaho, su forma matutina de a poco se haría más corta, más insípida y de ser posible, más descolorida.. las exhalaciones tendrían una discretísima tonalidad menos. El llanto luego, y así les seguirían todas y cada una de las emanaciones, hasta terminar con la sangre, ligeramente menos roja. Tan lento, tan sutil, tan constante.... sólo al hacer memoria recordarían (erróneamente) que habría sido el vaho del ocaso el primero en ceder ante la incolora impostura de aquella maldita niebla.




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