En mitad de la noche desperté, asustado de encontrar al guesternaj comiéndose un sueño que yo estaba soñando sobre ti. Salté de mi cama enfurecido y le di un porrazo en la nariz con todas mis fuerzas. El guesternaj dejó caer los restos del sueño, pero yo no lo solté y le seguí pegando. Incluso cuando se arrastró por debajo de la cama y perdió su forma perceptible, yo seguí golpeando a la misma sombra burda. Por fin paré. Extenuado y sudoroso recogí las sobras del sueño. No dejó mucho, solamente los pantalones negros deportivos que traías puestos, tu sonrisa sin esfuerzo y un cierto contacto entre nosotros, no se cuál –tal vez un abrazo. El guesternaj se había comido todo dejando sólo eso al descubierto. Me quedé tendido sobre el suelo, desalentado y en silencio, cubierto únicamente por mis calzoncillos y un velo de sudor. Horas de paciente dormir, en espera del sueño que vendría. Y ahora –nada, peor que nada, una gota del sabor de una paleta de hielo que ha desaparecido, goteando sola en mi boca. Debajo de la cama se escuchó un vago gemido. Era el guesternaj. Al principio creí que era un gemido de dolor –después de todo le había dado a la sombra una golpiza espantosa– pero no había nada de dolor en aquel sollozo. Probé las lágrimas del guesternaj derramadas en el piso, y su sabor era dulce –el guesternaj lloraba de dicha y sus lágrimas hablaban del magnífico sabor del sueño, que había hecho estremecer cada pedazo de su cuerpo inexistente. Su llanto me reveló las largas noches que había esperado, vacío, debajo de mi cama, alimentándose de trozos de mis sueños. Sueños nauseabundos de apatía y hastío, entre los cuales había masticado, despacio y sin alternativa, sueños de dolor, pérdida y temor, que había intentado eliminar para protegerme mientras dormía, pero que con frecuencia se le quedaban atorados, doliéndole en la garganta. Cada noche, el guesternaj tragaba horas y más horas de indiferencia y sufrimiento, dejando mi sueño liso y oscuro, y esta noche había obtenido por fin su recompensa, había logrado calmar su lastimosa hambre y experimentar, por un lapso de tiempo, una alternativa para el vacío. Su cuerpo había conocido algo más que la nada. Estaba por amanecer, y la mano de sombra de mi socio se deslizó por debajo de la cama, señalándome, hacia el centro de la habitación, los trozos de sueño que me quedaban: unos pantalones, una sonrisa, un contacto embriagante de carácter desconocido, los dedos de la sombra que parecían decirme: “He aquí, mi amigo, para ti también dejé algo de lo bueno.” ~
Edgar Keret
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